Presentación de “PUERTO FRANCO”, de José Luis de Vilallonga
Luis Castro BerrojoHistoriador. Investigador e impulsor del movimiento memorialista. De sus obras destacan: “Burgos. La capital de la Cruzada” (Crítica, 2006) . “Héroes y caídos. Políticas de la memoria en la España Contemporánea” (Catarata, 2008).“La bomba española. La energía nuclear en la Transición” (2015)
Ofrecemos la traducción anotada de un extenso reportaje de José Luis de Vilallonga (1920-2007) [1] sobre las actividades abusivas o ilícitas de la familia del dictador Francisco Franco hasta 1976. Aunque en su momento suscitó cierto interés y escándalo mediático, se trata de una pieza sumida en el olvido desde entonces y si ahora la rescatamos no es tanto por su profundidad, sino por su viveza de estilo y su cualidad de documento pionero en los estudios sobre la corrupción en España, a los que haremos breve referencia en la introducción, que pretende contextualizar el reportaje.
INTRODUCCIÓN
-I-
En mayo de 1976 un tribunal de París condenó a José Luis de Vilallonga y a la revista Lui a 1.500 francos de multa por difamación de Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde y yerno de Franco, quien hubo de recibir un franco como indemnización simbólica. El origen del asunto estuvo en una entrevista de Vilallonga con Santiago Carrillo, secretario general del PCE, en mayo de 1975, en la cual se pasaba revista a la situación política española, que entonces enfilaba los primeros pasos de la transición democrática. En ella, Vilallonga indicaba que Villaverde era uno de los personajes del régimen franquista que, en la nueva situación política, debería dar cuentas por sus delitos. Pero, tras la denuncia, incapaz de aportar testigos o datos que sustentaran su acusación, perdió el juicio mencionado[2].
Sin embargo, Vilallonga se tomó la revancha publicando el extenso reportaje que aquí ofrecemos, dando pelos y señales sobre la “escandalosa“ fortuna de Villaverde y de otros miembros señalados de la familia de Franco (Carmen Polo, los hermanos Nicolás y Pilar Franco, el cuñado Ramón Serrano, algunos primos, …“el clan Franco”, como les denomina, siguiendo al historiador francés Max Gallo). En el escrito predominan la invectiva y las denuncias de trazo grueso, incluso rozando lo calumnioso[3], que muestran cierta inquina hacia los aludidos, sin duda propia del señorito noble que mira con desprecio a los que considera meros parvenus sin méritos ni maneras. A la vez, está claro que Vilallonga respira por la herida causada por la mencionada condena.
Más allá de este rifirrafe periodístico-judicial, el asunto tenía otro flanco más político, debido a los vínculos que uno y otro marqués –Villaverde y Vilallonga– tenían con el búnker franquista y con la oposición democrática a la dictadura, respectivamente. Se daba el caso de que el yerno de Franco debía de tener algunas aspiraciones políticas, pues en 1971 se presentó, sin éxito, a las elecciones de procuradores en cortes en representación de instituciones culturales, cámaras y colegios profesionales. (Villaverde era miembro del colegio de médicos). En mayo de 1976 volvió a la carga –el momento coincidía aproximadamente con la sentencia citada– y se presentó a la elección para el Consejo Nacional del Movimiento, donde se debía cubrir la vacante de José Antonio Elola Olaso, en competencia con Adolfo Suárez y Carlos Pinilla. Este último retiró su candidatura presionado por García Carrés y José Antonio Girón, notorios líderes del inmovilismo franquista, para acumular votos en torno a Villaverde, quien, a pesar de todo, perdió la votación por 25 a 62 votos. No consta que tuviera alguna otra iniciativa política con posterioridad[4].
Pronósticos ante la elección al Consejo Nacional del Movimiento, en Diario de Burgos, 6 de mayo de 1976
La entrada de Villaverde en el Consejo Nacional del Movimiento, con el consiguiente reforzamiento del búnker retardatario, sin duda hubiera sido un obstáculo más en la carrera de Suárez hacia la presidencia del gobierno y en su programa de democratización de la política española. En este aspecto, puede decirse que el yerno de Franco era mucho más representativo que Vilallonga en cuanto a la actitud histórica de la aristocracia española, que había sido masivamente beligerante contra la Segunda República y luego entusiasta colaboradora del Movimiento Nacional y de la dictadura franquista. Algunos de sus miembros aparecen en el reportaje como participantes o cómplices en los tejemanejes de los Franco.
En contraste, Vilallonga fue rara avis, políticamente hablando, al menos en las fechas que estamos tratando. Participó en la Guerra civil como voluntario carlista, donde, –como él mismo relata en su novela Fiesta (1971) y en el primer tomo de sus memorias– se estrenó con dieciséis años fusilando a presos republicanos en Navarra, una experiencia que le marcaría de por vida y que no tuvo empacho en desvelar públicamente años después[5]. Desde 1951 no volvió a España por discrepancia con el régimen y se dedicó a vivir la vida en distintos países alternando el periodismo, la literatura (en castellano y en francés), el cine y el usufructo de una imagen pública de play boy proyectada por las revistas del corazón[6]. Llegados los últimos años de la dictadura, nuestro hombre se sitúa ya en el entorno de la oposición monárquica juanista tendencialmente democrática, en abierto contraste con otros epígonos de la nobleza española, aun mayoritariamente ubicados en las almenas de inmovilismo político y de la nostalgia de pasadas glorias. (En este punto, un personaje con el que se le podría contrastar es Luis Escobar y Kirpatrick, marqués de las Marismas, también muy famoso en los años de la transición: en lo político ambos comparten un pedigrí monárquico conservador y un inicial franquismo; y en lo existencial, un cosmopolitismo un tanto exhibicionista, afanes artísticos y gusto por la buena vida. Pero en la transición Vilallonga adquiere un compromiso político democrático bastante ajeno a la personalidad conservadora de Escobar, más dado a la vida social y artística sin complicaciones[7]).
Vilallonga, gracias a su don de gentes y a sus relaciones con todo el espectro político, pudo abordar fácilmente esa actividad política en un momento muy especial para la opinión pública española, apoyando las actividades de la oposición a través de la Junta Democrática y la Platajunta, que coordinaban a los partidos, grupos y personalidades deseosos de echar abajo el régimen franquista. En 1974 actuó como portavoz de la Junta en París y al año siguiente se trasladó a España. En ese momento, como señala Rafael Cruz, «fue un gozne muy bien engrasado en los primeros tiempos de la Junta Democrática, pues era un noble que hablaba muy bien con los comunistas y con los socialistas, entre los que militó hasta que estallaron los escándalos que él juzgó insoportables«[8]. Como hemos indicado, el pleito con Villaverde ocurre en este momento especial de la transición política, por lo que puede verse como un episodio menor de la misma.
-II-
El reportaje de Vilallonga que aquí comentamos, por lo demás, puede considerarse como una aportación pionera a un tema de debate político e historiográfico que luego ha suscitado un vivo interés investigador, más o menos paralelo al propio fenómeno que describe: la corrupción política y económica, en este caso referida al propio dictador y a su entorno familiar. Esta lacra, como puede verse en la bibliografía[9], en absoluto es un asunto específico de España, ni es algo nuevo en su historia. Hay incluso cierta continuidad a pesar de los bandazos políticos de épocas distintas: por ejemplo, Juan March, que empieza su carrera empresarial/delictiva en tiempos de Primo de Rivera, sigue actuando dentro y fuera de España durante la II República, la guerra y el franquismo hasta su muerte accidental en 1962 (una de sus gestiones fue mediar entre el gobierno inglés y una treintena de altos mandos españoles, sobornados para evitar que Franco decidiera entrar en la II Guerra mundial al lado del Eje)[10]; y, por otra parte, resulta significativa la permanencia del estraperlo en el franquismo, si bien con un sesgo distinto y mucho más amplio que el de su origen durante la República: como es sabido, el estraperlo se inició con unas ruletas trucadas que se introdujeron en España mediante el soborno de algunos miembros del partido Radical de Lerroux, entonces en el Gobierno. Durante la guerra y la posguerra el estraperlo vino a referirse a cualquier actividad ilegal de acaparamiento y/o compraventa de artículos en el mercado negro, eludiendo el racionamiento, la fiscalidad y los rígidos controles del abastecimiento impuestos por el régimen franquista. Resulta entonces un fenómeno social muy amplio y diverso, pues tan estraperlista se consideraba al comerciante al por mayor que retenía aceite o cereales para encarecerlos y venderlos en el mercado negro como a los campesinos pobres que trataban de introducir en las ciudades algunos alimentos sorteando los fielatos donde debía pagarse el impuesto de consumos.
Pero sin duda la corrupción adquiere una amplitud y una versatilidad llamativas en el último cuarto del siglo XX, como consecuencia del desarrollo económico, de la modernización y mejora del nivel de vida y de la integración en las estructuras europeas y en los mercados internacionales. En estas circunstancias, al aumentar el volumen de capital circulante y las oportunidades de negocio en el contexto de una economía aún bastante oligopolista e intervenida, crecen también las posibilidades de enriquecimientos ilícitos dentro del juego de relaciones entre los principales gestores de la economía y de las obras públicas: las autoridades políticas y el funcionariado, tanto a nivel estatal como autonómico y local, las entidades financieras y los empresarios. En este caso también se observa cierto factor de continuidad, derivado de la permanencia de las viejas élites económicas y políticas de la dictadura durante la transición. Y es algo que ha causado graves trastornos a dos de los sectores clave de la economía española, muy vinculados entre sí y con la esfera política: la banca y el negocio inmobiliario (vivienda e infraestructuras públicas). Como señala Víctor Lapuente, en esta etapa llegaron a darse “relaciones incestuosas entre entidades financieras, gobiernos locales y empresas de la construcción”[11].
En este sentido resulta significativo que el Código Penal español haya ido haciendo frente a esta realidad, recogiendo nuevos tipos ilícitos relacionados con la corrupción a medida que esta crecía y se diversificaba. Antes del nuevo código de 1995 ya aparecían tipificados delitos relacionados con ella como el cohecho, la prevaricación, el tráfico de influencias, la malversación, la sustracción de caudales públicos, la falsedad en documentos públicos y el delito fiscal. Con posterioridad se han definido algunos más, como la financiación ilegal de los partidos políticos, el blanqueo de capitales o la corrupción en los negocios. Es de notar que aunque de un modo u otro todos los delitos citados tengan que ver con la corrupción pública, solo en este último caso se emplea ese término. La corrupción en los negocios viene a ser la traslación del cohecho clásico, –referido a conductas de políticos y funcionarios– al ámbito de la empresa privada, como puede apreciarse en su definición, que alude al personal de una empresa que “reciba, solicite o acepte un beneficio o ventaja no justificados de cualquier naturaleza, u ofrecimiento o promesa de obtenerlo, para sí o para un tercero, como contraprestación para favorecer indebidamente a otro en la adquisición o venta de mercancías, o en la contratación de servicios o en las relaciones comerciales” (artº 286 bis)[12]. No es de extrañar por ello que en el programa de gobierno del actual ejecutivo PSOE-UP –firmado en diciembre de 2019– se preste gran atención a este fenómeno, dentro del propósito de regeneración democrática que se persigue[13].
Como vamos a ver, varios miembros de la familia de Franco incurrieron en alguno de los delitos mencionados, aunque Vilallonga solo aporte algunos datos llamativos sobre un fenómeno que luego la investigación va a desarrollar con más amplitud y precisión. Desde luego, la posible sanción penal por ellos quedó en suspenso sine die dadas las circunstancias políticas: primero, por la privilegiada relación de estos sujetos con las estructuras de poder a través de la jefatura de Franco; más tarde, por las limitaciones de una transición política en la que se excluyó cualquier alusión a las responsabilidades que pudieran haber tenido los dirigentes y servidores de la Dictadura[14]. En España no hubo nada parecido, ni de lejos, a la Revolución Francesa –o a las posteriores– y por eso ninguno de los Franco fue procesado, ni deportado, ni encarcelado, ni mucho menos colgado en alguna de las farolas de la plaza de Oriente, como esperaba Vilallonga. (Claro que, en esa hipótesis revolucionaria, probablemente tampoco hubiera existido un “marqués” de Vilallonga, al menos como tal). Por el contario, buena parte de la clase política, funcionarial, jurídica y militar que ocupó cargos de todo tipo en el Estado durante la Dictadura se recicló y adaptó a la nueva situación democrática y la memoria histórica de Franco, de sus servidores y de los “héroes y caídos” en la llamada Cruzada ha pervivido en el Reino de España hasta fechas muy recientes.
Vilallonga volvería al tema de la corrupción del franquismo en escritos posteriores. En un momento dado, recoge una opinión de José Mario Armero –que sin duda suscribe– en la cual se sostiene que la corrupción había sido la base misma del régimen del Movimiento:
El franquismo se mantenía vivo por el señor que hacía negocios respaldado por un miembro del Gobierno, por el diplomático que aceptaba puestos sabiendo que no tenía competencia para ocuparlos, el militar que ascendía rápidamente sin librar batalla alguna y el propietario que seguía pagando salarios de miseria a sus obreros agrícolas. Franco (…) nos corrompió a todos, a los unos con dinero, a los otros con honores, cerrando los ojos a las ilegalidades que se cometían en las altas finanzas, repartiendo a diestro y siniestro prebendas, puestos o eso que el pueblo llama más sencillamente “enchufes”…[15]
[1] Aparecido en Lui en junio de 1976 (“Franco de port”). El título emplea un juego de palabras simple, presentando el territorio español como zona de libre actuación para las fechorías de la familia Franco. A doble página, un fotomontaje introduce el reportaje: se trata del Entierro del Conde de Orgaz (de El Greco), en el que las cabezas de Carmen Polo, Cristóbal Martínez y Carmen Franco sustituyen a otras del original. La del Caudillo reemplaza a la del conde muerto y entre unos y otros flota una nube de billetes de banco.
[2] “Villaverde ganó su querella a Vilallonga”, El País, 6 de mayo de 1976.
[3] Como cuando atribuye a los Franco alguna intervención en las muertes accidentales de Sanjurjo y Mola.
[4] Gregorio MORÁN, Adolfo Suárez. Ambición y destino, Madrid, ed. Debate, 2009, pp. 84-85.
[5] Paloma Aguilar y Leigh A. Payne analizan el caso desde el ángulo de la memoria histórica, al ser una excepción entre los verdugos, cuyas confesiones suelen ser «escasas, breves y fugaces» y rara vez con arrepentimiento y petición de perdón. (En el caso de Vilallonga llegó a darse el primero, pero no la segunda). Cf. Paloma AGUILAR y Leigh A. Payne, El resurgir del pasado en España. Fosas de víctimas y confesiones de verdugos, Madrid, Taurus, 2018, cap. 4.
6] Vilallonga publicó cuatro tomos de Memorias no autorizadas entre 2000 y 2004; Diccionario biográfico de la Academia de la Historia (en red): Marysé BERTRAND DE MUÑOZ, José Luis de Vilallonga y Cabeza de Vaca, IX marqués de Castellvell.
7] Web de la Academia de la Historia, diccionario biográfico: Mª Luisa ROVIRA Y FERNÁNDEZ DE LA SERNA, condesa de Los Andes: José Luis Escobar y Kirkpatrick; Luis ESCOBAR, En cuerpo y alma, Madrid, Temas de Hoy, 2000. El hermano mayor de Luis Escobar, José Ignacio, de quien Luis heredó el título, fue un monárquico alfonsino muy activo en la colaboración con los militares golpistas de 1936, como cuenta en sus memorias (Así empezó…).
8] Juan CRUZ, “José Luis de Vilallonga, aristócrata y escritor”, El País, 31 de agosto de 2007.
[9] A título indicativo, relacionamos algunas obras significativas –no solo historiográficas– en orden cronológico: Javier PRADERA, Corrupción y política: los costes de la democracia (Barcelona, Galaxia Gutemberg, 1994); Alejandro NIETO, La corrupción en la España democrática (Barcelona, Ariel, 1997); Eduardo DEMETRIO CRESPO y Nicolás GONZÁLEZ-CUÉLLAR (dirs.), Halcones y palomas. Corrupción y delincuencia económica (Madrid, Ediciones jurídicas Castillo de Luna, 2015); Ángel VIÑAS, La otra cara del Caudillo. Mitos y realidades en la biografía de Franco (Barcelona, Crítica, 2015); Baltasar GARZÓN, El fango. 40 años de corrupción en España (Barcelona, Debate, 2015); Borja de RIQUER (dir.), La corrupción política en España, (Madrid, Marcial Pons, 2019); Paul PRESTON, Un pueblo traicionado. Corrupción, incompetencia y división social, (Barcelona, Debate, 2019); Mariano SÁNCHEZ SOLER, La familia Franco, S. A. Negocios y privilegios de la saga del último (Barcelona, Roca editorial, 2019). Referencias sustanciosas de un general franquista, Jaume CLARET (ed), Ganar la guerra, perder la paz. Memorias del general Latorre Roca. Prólogo de Ángel Viñas, Barcelona: Crítica, 2019.
10] Juan ESLAVA GALÁN, Los años del miedo, Barcelona, Planeta, 2008, pp. 136-138; Ángel VIÑAS, De cómo Churchill y March compraron a los generales de Franco, Barcelona, Crítica, 2016.
11] Víctor LAPUENTE (coord.), La corrupción en España. Un paseo por el lado oscuro de la democracia y del gobierno, Madrid, Alianza, 2016, p. 19.
[12] Joan J. QUERALT, Public Compliance y corrupción: análisis conceptual y propuestas, Revista Internacional Transparencia e Integridad, nº 2, set.-dic- de 2016.
[13] Se plantean, entre otras cosas, un Plan Nacional contra la Corrupción, un Estatuto del denunciante y la mejor regulación de los lobbies y de los aforamientos.
[14] En abierto contraste con lo que pasó con la II República y de la Dictadura franquista, regímenes que sí sancionaron –desde criterios ético-políticos muy distintos– a algunos “responsables políticos” de la etapa anterior.
[15] José Luis de Vilallonga, Memorias no autorizadas, vol. IV, La rosa, la corona y el marqués rojo, Barcelona, Plaza Janés, 2003, pp. 451-453.
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