Wednesday 13 July 2011

La guerra civil de los escritores del mundo

La guerra civil de los escritores del mundo - Jorge Fondebrider


Fue tal vez el más pasional de los conflictos del siglo pasado. Casi toda la intelectualidad de Occidente tomó partido en la Guerra Civil española y se produjeron innumerables obras literarias y plásticas referidas a esa contienda. Hace 70 años, España cambió la lírica de grandes poetas como Neruda, Vallejo y Tuñón. Y convocó a Orwell, a Hemingway, a Dos Passos, a Malraux. Los ecos de aquel combate abrieron trincheras en la cultura argentina. Por ejemplo, separaron violentamente las aguas en la revista Sur. También, son un tema inagotable para historiadores


Miliciana
Hay un frecuente error de naturaleza eminentemente romántica que suele identificar a la izquierda política con el progresismo y a la derecha con el orden conservador. Bastaría con enumerar los gustos estéticos de Lenin y, sobre todo, de Stalin, confrontándolos con los de Rockefeller, para refutar ese equívoco. Ligada a ésta, hay otra falacia que consiste en ubicar las expresiones de la vanguardia artística en el bando progresista, creyendo que quienes no se identifican con la novedad, son meros conservadores, si no abiertamente retrógrados. Nuevamente, valdría la pena verificar cuál fue el credo político de T. S. Eliot y Ezra Pound o, en la vereda de enfrente, de los stalinistas Louis Aragon y Pablo Neruda, todos grandes vanguardistas, para comprobar el error. Dicho todo esto, podrá comprenderse que, leídos desde el presente, los años de la década de 1930 fueron en todo el mundo muy complejos y merecerían un análisis menos trivial y maniqueo que el que, llegada la hora de las efemérides, les corresponde.

Eric Hobsbawm, deteniéndose en los años previos al estallido de la Guerra Civil española, afirma en su famosa Historia del siglo XX que llama la atención que la mayoría de los intelectuales occidentales, de izquierda o derecha, se sintieran movilizados por lo que ocurría en España, un país periférico, ausente de todos los grandes cambios que, desde el siglo XIX, habían tenido lugar en Europa. Y agrega: "No es casual que la política interna de ese país peculiar y aislado se convirtiera en el símbolo de una lucha global en los años treinta. Encarnaba las cuestiones políticas fundamentales de la época: por un lado, la democracia y la revolución social, siendo España el único país de Europa donde ésta parecía a punto de estallar; por otro, la alianza de una contrarrevolución o reacción inspirada por una Iglesia Católica que rechazaba todo cuanto había ocurrido en el mundo desde Martín Lutero. Curiosamente, ni los partidos del comunismo moscovita ni los de inspiración fascista tenían una presencia importante en España antes de la guerra civil, ya que allí se daba una situación anómala, con predominio de los anarquistas de ultraizquierda y de los carlistas de ultraderecha". 

Se supone que 10.000 franceses, 5.000 alemanes y austríacos, 5.000 polacos y ucranianos, 3.500 italianos, 2.800 estadounidenses, 1.500 yugoslavos, 1.500 checos, 1.000 húngaros, 1.000 escandinavos y mucha gente de otros países fue a pelear a España. También unos 2.000 británicos (entre los que se incluyen, claro, los irlandeses). Así, las presencias en las Brigadas Internacionales del francés André Malraux, de los alemanes Gustav Regler y Ludwing Renn, del húngaro Mata Zalka, del cubano Alejo Carpentier, como la simpatía de Ernest Hemingway o John Dos Passos —presentes en Madrid durante la guerra— y el apoyo de personalidades de la talla de Charles Chaplin, Clark Gable, Marlene Dietrich, Bette Davis, Paul Robeson y Charles Laughton, entre muchísimos otros, demuestran las repercusiones de una guerra que, según unos versos del inglés W. H. Auden, ocurría "En ese árido cuadrado, en ese fragmento desgajado de la cálida/ Africa, tan toscamente unido a la ingeniosa Europa". Allá, en opinión de Auden —acaso el más notable exponente de la generación de poetas británicos de 1930—, "nuestros pensamientos tienen cuerpos".

El de Auden no fue un caso aislado dentro de su generación. En el prólogo de Poesía inglesa de la guerra española, una antología preparada por William Shand y Alberto Girri, publicada por El Ateneo en 1947, Guillermo de Torre escribió: "Los intelectuales ingleses se solidarizaron con España en todo sentido. Algunos dieron sus vidas como Ralph Fox, Julian Bell, Charles Donnelly, John Cornford; este último murió luchando en la Brigada Internacional al día siguiente de cumplir sus veintiún años. Pero no sólo los más jóvenes y nuevos, sino los que eran ya notorios en aquellas fechas, como Auden, (Stephen) Spender, (Cecil) Day Lewis, Herbert Read, (J.) Bronowsky y otros dejaron oír sus voces solidarias en poemas que rebasan el interés circunstancial y adquieren valor permanente". Así lo testimonian las varias antologías anteriores a la suya, que enumera Valentine Cunningham en las palabras preliminares a su Spanish Civil War Verse (Penguin Books, 1980): And Spain Sings: Fifty Loyalist Ballads, adapted by American Poets (1937), de M. J. Bernardete y Rolfe Humphries, que incluye versiones de Katherine Anne Porter y a Miguel Hernández traducido por William Carlos Williams; Poems for Spain (1939), de Stephen Spender y John Lehmann (1939); The Heart of Spain: Anthology of Fiction, Non Fiction and Poetry (1952), de Alvah Bessie; Poetry of the Thirties (1964), de Robin Skelton.

Respecto de las otras, la antología de Cunningham tiene varios puntos de interés. El primero, incluye muchos más nombres. Así, a los ya citados, suma a poetas distinguidos como George Orwell, Kathleen Raine, George Barker, Sylvia Townsend Warner, Laurie Lee, Ruthven Todd, Nancy Cunard y Roy Fuller. Los irlandeses Charles Donnelly —voluntario muerto en 1937 en la batalla del Jarama— y Louis MacNeice —quien a fines de diciembre de 1938, tal como señala su biógrafo Jon Stalworthty, recorrió en representación de los escritores ingleses una Barcelona incendiada en compañía de Antonio Machado— también ocupan un lugar destacado. Junto con el escocés Hugh MacDiarmid. Sorprende por la virulencia de sus opiniones el extraordinario poeta sudafricano Roy Campbell, claro simpatizante de Franco.

Además de los muy conocidos Antonio Machado, Rafael Alberti, Miguel Hernández y Manuel Altolaguirre, Valentine Cunningham incluye entre otros a Francis Fuentes, Antonio García Luque y Félix Paredes. La lista, con todo, podría ampliarse significativamente si se recurre al Romancero de la Guerra Civil española (Visor, 1984), de Gonzalo Santonja, quien añade a Vicente Aleixandre y José Bergamín entre los más notables. También si se considera a los poetas que debieron o eligieron refugiarse en el extranjero, como Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Luis Cernuda, León Felipe, Jorge Guillén. Hubo, sin duda más poetas españoles que tomaron la Guerra Civil como motivo de sus textos. Párrafo aparte merece Manuel Machado, hermano de Antonio, quien escribió en 1939, para festejar la entrada de Franco en Madrid, un panegírico en verso, titulado "Al sable del Caudillo". Menos virulentos, pero igualmente adictos al régimen, fueron José María Pemán y Dionisio Ridruejo, entre muchos otros reconocidos franquistas.

Morir en Madrid

En 1934, Pablo Neruda llegó a Madrid, transferido del consulado chileno de Buenos Aires. Aquí había conocido a Federico García Lorca y ambos se habían hecho amigos. Su vida madrileña le trajo muchas relaciones: Alberti, Hernández, Bergamín, Aleixandre, Gómez de la Serna, Salinas, Guillén y Altolaguirre, poeta e imprentero con quien Neruda hizo los cinco primeros números de la revista Caballo Verde. El sexto, según cuenta en sus memorias, quedó sin compaginar porque debía salir el aciago 18 de julio de 1936. "Un chileno simpático y aventurero —anota Neruda—, llamado Bobby Deglané, era empresario de catch-as-can en el gran circo Prince de Madrid. Le manifesté mis reservas sobre la seriedad de ese ''deporte'', y él me convenció de que fuera al circo, junto con García Lorca, a verificar la autenticidad del espectáculo. Convencí a Federico y quedamos en encontrarnos allí a una hora convenida. Pasaríamos el rato viendo las truculencias del Troglodita Enmascarado, del Estrangulador Abisino y del Orangután Siniestro. Federico faltó a la cita. Ya iba camino de su muerte. Ya nunca más nos vimos. Su cita era con otros estranguladores. Y de ese modo la guerra de España, que cambió mi poesía, comenzó para mí con la desaparición de un poeta".

La versión de Raúl González Tuñón (que con Neruda es el otro latinoamericano incluido en la antología de Cunningham, traducido por el gran etnomusicólogo inglés A. L. Lloyd, miembro del PC británico y también presente en España) es diferente. Cuenta que la última vez que vio a Lorca fue en Barcelona: "Ese mediodía fuimos a almorzar al restaurante Los Caracoles. No íbamos a volver a verlo. ¡Federico García Lorca! Se ha sabido después que a comienzos de julio de 1936, cuando Madrid se agitaba y había sido muerto un guardia de asalto republicano, Federico le dijo a Neruda, todavía cónsul en Madrid, cargo que ocupó hasta el levantamiento de Franco, pues fue relevado del mismo por adherir públicamente a la causa del pueblo español: ''Me voy a Granada en busca de tranquilidad, para escribir en paz una obra que he comenzado''. Y fue otra la paz que allá le esperaba.".

Al chileno y al argentino, la guerra les dejaría sendos libros. Neruda escribió España en el corazón, publicado por primera vez por Manuel Altolaguirre, quien había instalado una imprenta en el frente del Este, cerca de Gerona, con la ayuda de los soldados republicanos. "Mi libro era el orgullo de esos hombres que habían trabajado mi poesía en un desafío a la muerte —escribe Neruda, con su habitual falta de modestia—. Supe que muchos habían preferido acarrear sacos con los ejemplares impresos antes que sus propios alimentos y ropas. Con los sacos al hombro emprendieron la larga marcha hacia Francia. La inmensa columna que caminaba rumbo al destierro fue bombardeada cientos de veces. Cayeron muchos soldados y se desparramaron los libros en la carretera. Otros continuaron la inacabable huida. Más allá de la frontera trataron brutalmente a los españoles que llegaban al exilio. En una hoguera fueron inmolados los últimos ejemplares de aquel libro ardiente que nació y murió en plena batalla".

Tuñón, en cambio, publicará La rosa blindada en Buenos Aires, gracias a la Federación Gráfica Bonaerense, en 1936. En el prólogo a la segunda edición, de 1962, él mismo se ocupa de explicar cómo fue que lo escribió: "Pasamos en Madrid casi todo el año 1935. Allí, un día, nos presentaron a Dolores Ibárruri, dirigente de Pro Infancia, entidad encargada de organizar la ayuda a los huérfanos de los mineros masacrados por las tropas moras y el Tercio Extranjero, por los ''galápagos de pellejo duro que no se ruborizan''. Ella nos puso al tanto de algunos hechos que habíamos conocido a través de cables escuetos y detalles de otros que ignorábamos, relacionados con el heroísmo y el martirio de los mineros asturianos". Entre los poemas que surgieron de esas informaciones estaba "La Libertaria", escrito a la memoria de Aída Lafuente. Años más tarde, Tuñón le contaría a Horacio Salas: "En plena guerra civil, a un centenar de escritores y periodistas de muchas partes del mundo nos invitaron al acto que iba a realizarse en un teatro, sobre la base de un muy variado espectáculo. Al final, un coro cantó mi poema ''La Libertaria'', y como te imaginarás, me causó una impresión enorme. En seguida marché hacia el escenario, porque no habían dado el nombre del autor de la letra y pensaba decirles que era yo. Estaba orgulloso, claro. Pero algo me iluminó, pues me limité a preguntar: ¿De quién es la letra de ''La Libertaria''?. Me contestaron: ''No lo conocemos, es un autor anónimo''. ¡Autor anónimo! ¡Qué te parece! Me encantó que lo pensaran y yo casi la embarro: ¡autor anónimo a los 32 años!".

Aparta ese cáliz

Otros poetas latinoamericanos escribieron sobre la Guerra Civil. Varios de ellos publicaron sus textos en 1937, el año en que fue bombardeado el pueblo de Guernica. Octavio Paz, por ejemplo, publicó en México su "Elegía", luego incluida en Libertad bajo palabra, de 1945. El cubano Nicolás Guillén publicó ese mismo año su Poema en cuatro angustias y una esperanza.

Más importante, sin duda, fue la obra que la guerra le inspiró al peruano César Vallejo. Había llegado a París en 1923, donde vivió y murió en la más extrema pobreza. Desde allí colaboraba para el diario El Comercio y para las revistas Variedades y Mundial. En 1926, con Juan Larrea, editó la revista Favorables. En 1930 fue expulsado de Francia por su militancia política. Emigrado a España, al cabo de dos años volvió a París. Pero llegó la guerra y en 1936 regresó a España, donde un año más tarde los soldados del ejército republicano del Este publicaron los quince poemas que componen España, aparta de mí ese cáliz. A la caída de Barcelona, el libro fue destruido y sólo se haría conocido en la edición mexicana de 1940.

Se trata, probablemente, de algunos de los mejores textos escritos en castellano sobre la Guerra Civil española. En esos textos el autor de Trilce (1922), logró poner muchos de sus extraordinarios descubrimientos prosódicos al servicio de algunas de sus mayores obsesiones: el amor fraterno, la libertad, la reivindicación de la justicia y los derechos humanos, la conciencia del dolor ajeno, temas que, con extrema ligereza, la posmodernidad suele caracterizar como ingenuos.