Friday 28 January 2011

El valle del Tiétar fue escenario de una represión especialmente encarnizada durante la Guerra Civil


Desmemoria histórica en el pueblo del ministro

Fecha: 26/01/2009 0:00

Joaquín VIDAL


El valle del Tiétar fue escenario de una represión especialmente encarnizada durante la Guerra Civil, con más de 650 asesinatos de republicanos en 1936. Entre otros, el del alcalde y los concejales de Arenas de San Pedro.

Ricardo MUÑOZ




La carretera se empina y la memoria se vuelve selectiva en el valle del Tiétar. Se habla, claro, de la Memoria Histórica, la que tiene como objetivo desenterrar literal y metafóricamente los más de 650 republicanos muertos en la represión franquista en esta pequeña comarca de la provincia de Ávila. Hay sitios donde las abuelas ya han roto un siniestro secreto de 70 años y otros donde la ley del silencio mantiene en la ignominia a toda una corporación municipal. Como en Arenas de San Pedro, el pueblo del ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, donde los concejales llevan reunidos en un pleno eterno desde 1936, a seis metros bajo tierra.

Nadie habla, nadie dice, sólo se murmura mirando de reojo, sobre la cruel muerte de Serafín Felipe Gómez, herrero y alcalde, fusilado y quemado en 1936.

No es que el valle no esté lleno de historias trágicas. Con una gorra a lo Rafael Alberti, Mariano López se sube al coche y anuncia que sólo se parará allá donde haya fosas comunes de fusilados en el otoño del 36. Curva tras curva, entre frondas, cascadas, junto a merenderos, cualquier recodo motiva una parada de Mariano López, portavoz del Foro por la Memoria del valle del Tiétar y La Vera. Allá unos braceros, acullá unos maestros; este es el agujero donde enterraron a Virtudes, Pilar y Valeriana.

El Foro por la Memoria, al igual que en muchos otros lugares, ha ido desenterrando los restos mortales de muchos fusilados, algunos incluso con descendientes relevantes. Así, curva por curva de esta falda boscosa de la Sierra de Gredos, en todos los lugares, menos en Arenas de San Pedro.

En Arenas hay plaza del Generalísimo, calle de José Antonio y demás hitos conmemorativos del franquismo. También hay ya, ahora, una corporación de izquierdas por primera vez desde que en 1936 se llevaran a don Serafín y sus compañeros al paseíllo eterno. Desde las últimas elecciones municipales (2007) gobierna en la cabecera de esta comarca una coalición del PSOE e IU. Atrás ha quedado un feudo del PP y más allá, en la memoria, alcaldes de Falange como Mariano Fernández Alonso, maderero, gasolinero, jefe del Movimiento local y padre del actual ministro de Justicia.

La memoria histórica parece por lo tanto selectiva en este pueblo de algo menos de 7.000 vecinos. Selectiva, pero no inexistente. Faustino García Fraile tiene las manos grandes, los dedos gruesos de quien ha echado sus horas en el tajo. Un modestísimo constructor con memoria. Faustino se hizo amigo –como lo fue en su juventud de Mariano Fernández Bermejo– de un cura que cayó en la parroquia de Arenas y resultó ser algo más progre de lo habitual. Un día el cura le dijo que él no miraba, mejor dicho, que miraría para otro lado, y que él aprovechara para mirar los archivos de la parroquia.

Faustino, además del asunto del ladrillo, le tiene afición a la historia, y su corazoncito de izquierdas. Entró en la iglesia, papel y bolígrafo en mano y abrió los archivos. Y, a sus ojos, el horror cobró unas dimensiones que ni imaginaba. Pudo contar 93 muertos de Arenas según los archivos de la iglesia, de un pueblo de 4.000 personas que tenía entonces. “Y eso que no estaban muchos que ahora sé que también mataron”, explica.

No estaba el padre de Gerardo Sánchez Reina, Cubero. En el pueblo le ponen motes a casi todos. Algunos, por respeto, no llevan ninguno, como los Fernández Bermejo a los que llaman simplemente “los Bermejo”. Cubero sí lo tiene. Él fue quien sacó del error a Faustino, historiador de afición, y le contó quién estaba enterrado en un arroyo cerca de Ramacastañas. Entre otros, el padre de Cubero, concejal en 1936. La madre de Faustino le contó que iba por el cordel aquella tarde de septiembre, con la abuela, llevando las cabras para la majada. La abuela le dijo: “Niña, no mires”. “En una alcantarilla –así llaman aquí a los cauces de los arroyos– dieron muerte al tío Serafín. Lo llevaron arrastrando hasta el río y lo quemaron”, explica Faustino. Y en esa fosa, en el camino a Ramacastañas, junto a la gasolinera con el cartel de los dueños, “Fernández Bermejo”. Allí, seis metros bajo tierra están todos los miembros de izquierdas de aquella corporación municipal, como el padre de Cubero.

“Todos menos al menos uno”, explica Faustino: un carpintero llamado Apolonio Ferraz, que era teniente de alcalde “y que pasó la vida aterrorizado y físicamente doblado por las palizas que le daba la Guardia Civil”, explica Faustino. “No lo mataron por pena, tenía seis hijos”.

Aquella tragedia, esta reunión eterna de la corporación, es un tabú hasta para quienes no son del pueblo, como Olga del Castillo. “Creemos que habrá ocho cuerpos en la fosa, además del de Serafín –aclara–, aunque será difícil sacarlos”. La ironía de la historia ha querido que la desmemoria histórica del pueblo del ministro de izquierdas sea removida por la prima de una ex ministra de derechas. Olga –prima carnal de Pilar del Castillo– muestra el lugar del enterramiento, un cauce desmadejado por las obras de una carretera: “Igual con las obras se mueve tierra, aparece algún resto y podemos sacarlos”, dice.

Olga y Mariano explican que para los ancianos que sobrevivieron a la matanza de su familia aún sigue siendo difícil conseguir que cuenten qué pasó hace 72 años: “Una anciana, Carmen, al despedirnos en la residencia, para disimular delante de las otras nos dijo: «Qué detalle acordaros de mí de los tiempos que trabajaba en el metro». Y así sucede en casi cada bar de Arenas, la gente no habla en público”, explica Mariano.

La memoria, tras décadas de amnesia, es un asunto de pura tradición oral. Y van quedando pocos con memoria y arrojo como Cecilia Colorado, de El Arenal, un pueblo cercano. En la habitación caldeada por una estufa, brasero y además chimenea, enriquece el relato del asesinato de su tía, su padre y sus hermanos con las canciones que entonaban los pistoleros: “Ya hemos matao/ al rey del labrao”. “El labrao era la finca donde vivíamos”, aclara. El segundo hermano murió con el maquis, en una laguna cerca de Candeleda. “Si no hubiera tenido 11 años, les habría arrancado la piel a tiras”, dice. Recuerda con nitidez el ataúd de helechos que le hicieron al padre para que las piedras no le estropearan la cara, cada charca y alto donde se dio muerte a los vecinos. Y quiénes les dieron muerte. Tres de los asesinados eran los abuelos y el tío de Julián. Julián, en El Arenal, tiene buena fama y se apellida Muñoz, no Cachuli como lo conoce el mundo.

“Me pidieron –explica Mariano– que sacara tres cuerpos, pero que lo hiciera discretamente, sin prensa. Accedimos, con cautelas, claro. Los llevaron después en secreto al cementerio. ¿Por qué así? Porque eran los abuelos del alcalde de Marbella, que no quería que se conocieran sus orígenes republicanos. Qué atropello a la memoria”. Allí, en el cementerio, en un nicho están sus nombres y la fecha de la muerte, 1936. Poco a poco van llegando a los cementerios, tres, cuatro, diez cuerpos. No sin dificultades.

Mariano López recuerda los problemas para enterrar a Virtudes, Pilar y Valeriana en Poyales del Hoyo. Una socialista, una comunista y una mujer guapa, cuyo pecado fue gustar a un cacique falangista y resultó asesinada por orden de la esposa de éste. Del camión, dos curvas antes de matarlas, saltó una niña de once años, hija de Pilar, de la que se apiadaron los pistoleros. Esa niña, Obdulia, 83 años, vio por fin, entre lágrimas, cómo desenterraban a su madre y le daban sepultura digna en Poyales. “El alcalde no quería”, cuenta Mariano. En Poyales hubo una escabechina. Uno de los más famosos verdugos era el llamado “tío 501”, por las 501 personas que mató.

Los alcaldes y su memoria. El de Arenas en los años 40, Mariano Fernández Alonso, hizo que se mandara a un notable nacional muerto en Arenas al mausoleo del Valle de los Caídos. Faustino lo recuerda. En parte porque ha tenido la dedicación y paciencia de leer las actas de los plenos desde 1936. “Es decir, que sé qué se hizo aquí y quién lo hizo”. De esa lectura nació una admiración por alguien que no conoció y cuya estirpe desapareció de Arenas de San Pedro, “el tío Serafín”, el herrero grandullón que se metió a alcalde y quería que se respetaran los caminos y montes públicos. Esos que las regalías del franquismo luego no respetaron.

Sierra arriba nació la Falange, junto al Parador de Gredos, donde también se asesinó a cuenta de la Guerra Civil. Muertes políticas y muertes por venganza. Venganzas eternas, que no se perdonan en Arenas ni 73 años después, donde nadie se ha parado a dar sepultura digna a una corporación reunida desde 1936, a seis metros bajo tierra.