Thursday 24 January 2013

Haga usted las leyes y déjeme a mí los reglamentos (II) Publicado por Alfonso Vila Francés

Arte y Letras, Historia
Haga usted las leyes y déjeme a mí los reglamentos (II)

Publicado por Alfonso Vila Francés
http://www.jotdown.es/2013/01/haga-usted-las-leyes-y-dejeme-a-mi-los-reglamentos-ii/



(Viene de la primera parte)

2. El rey ha muerto ¡Viva el rey! (España 1936-¿?)

La Guerra Civil merece un artículo aparte. Aquí nos interesa una consecuencia política: la desaparición de la Falange y del carlismo y la acumulación de todo el poder por parte de Franco.

¿Desaparición de la Falange y del carlismo? Sí. Eso he dicho. La Falange fue flor de un día. Tuvo su momento de gloria en los primeros momentos de la Guerra Civil. Luego le pasó lo mismo que a los carlistas, a los monárquicos, a los políticos de la CEDA, a la derecha de toda la vida: se los tragó Franco. Los engulló literalmente. Los fagocitó y desnaturalizó. Los borró del mapa. Algunos sin resistencia. Otros porque no tenían más remedio. Otros a la fuerza. Al final todos acabaron marcando el paso de Franco, bailando su macabro pero bien organizado pasodoble. En eso el mérito no fue solo de Franco, desde luego, sino de algunos muy leales colaboradores, como Serrano Suñer. Pero Franco fue el que se llevó los aplausos y el premio gordo.

Sanjurjo y Mola se mataron convenientemente en un avión. (¡Cuidado!, no digo que Franco los matara, digo que le vino de perlas que ocurrieran esos accidentes). Los rojos le hicieron el favor de fusilar (pero sobre todo de tener retenido) a José Antonio Primo de Rivera. Luego Franco metió en la cárcel a Manuel Hedilla, su sucesor (pero no sin antes haber intentado que la Falange no conociera el destino de su líder, para tenerla inmovilizada, “a la espera”). Para completar la jugada, impuso un nuevo jefe (el más mediocre y manejable que encontró, según Dionisio Ridruejo) y corrompió a todos los que pudo. Con los cuadros de mando bajo control, las bases eran totalmente inofensivas. Pese a todo algunos prominentes falangistas protestaron y le plantaron cara, como el ya citado Dionisio Ridruejo, que se atrevió a decir que la Falange era una simple marioneta y que el régimen “ya solo sobrevivía como tinglado” (y eso que estábamos aún a principios de los años 40: el tinglado iba a dar mucho de sí…).

Con los carlistas hizo algo parecido. No fueron un enemigo tan poderoso como la Falange. Casi bastó con desterrar a su jefe: Fal Conde. La mayoría de sus cabecillas abandonaron pronto sus reivindicaciones políticas. Todas ellas. Y lo mismo pasó con la inmensa mayoría de los monárquicos. El rey estaba muy lejos. En suiza. El que les había salvado el cuello era Franco. Y mejor Franco que Stalin, desde luego, eso ni se discutía. Franco había salvado, de paso, al país entero. ¿Cómo no iban a estarle agradecidos?

¿Y la antigua nobleza? ¿Y el clero? Pues lo mismo. Las matanzas de la Guerra Civil les habían asustado. Por primera vez estaban dispuestos a ceder, a perder poder. A entenderse con las clases trabajadoras. Qué remedio. Mejor eso que la revolución.

En resumen, la guerra la perdió mucha gente y la ganó Franco. Él, que había empezado siendo uno más de los generales sublevados, que se había sumado a la rebelión en el último momento, y cuyos méritos bélicos al principio de la guerra fueron más que discutidos (véase lo que dijo el conde Ciano, yerno de Mussolini: “Franco o no quiere ganar la guerra o no sabe cómo hacerlo”), acabó la guerra convertido en jefe del ejército, jefe del Estado y caudillo de España por la gracia de Dios. A la altura de 1939 ya acumulaba todos los poderes posibles (hasta el judicial) y actuaba en la práctica como un rey absolutista, y como tal justificaba su poder ante Dios y solo rendía cuentas ante Él.

Pero ningún poder absoluto es realmente absoluto (y si no que se lo digan a Stalin, que tuvo que arremeter contra sus propios funcionarios, que malinterpretaban las ordenes, o no las cumplían o no eran lo suficiente rápidos o eficientes, y con esto no lo justifico: solo digo que su autoridad real se veía limitada por el propio sistema que lo encumbraba como un Dios). Franco tenía que ceder una parte de los beneficios que generaba el usufructo del poder a las diversas familias del Régimen, porque sus colaboradores eran sumisos, pero no eran tontos. Y eso, hay que decirlo, lo hizo muy bien. Sabía repartir por igual los castigos y los premios. Sabía tenerlos a todos igual de contentos e igual de disgustados. Así no había problema. Se pueden poner muchos ejemplos. Pondré uno: el caso Matesa. En ese episodio tan gracioso y tan provechoso se ve perfectamente la habilidad de Papa Franco para hacer la paz entre dos hijos díscolos, castigando a ambos (pero solo lo justo, y a los dos en igual medida) y, ya de paso, indultando rápidamente al principal acusado, el empresario, Juan Vilá Reyes, y condonándole el pago de la multa (que era inmensa, aunque menos inmensa del dinero del Estado que había estafado) y dejando claro así quien era el que mandaba.

Y lo dejó tan claro que se permitió el lujo de morirse de viejo, en su propia cama, después de unos últimos años, vamos a decir, “un poco malos”, aunque él se fue tranquilo, convencido de que todo iba a seguir más o menos igual (en eso se parece a Fernando VII, que pensaba que el absolutismo continuaría después de él). Cuando se tiene todo en la vida, se quiere tener todo en la muerte, podríamos decir, pero las cosas no estaban tan bien atadas como pensaba Franco y algunos (algunos pocos) franquistas. Suárez y el rey pronto empezaron a hacer lo contrario de lo que “debían hacer”. La iglesia, tan buena aliada en otros tiempos, hizo algo más de lo que llevaba haciendo últimamente: ahora ya no eran unos pocos “curas rojos”, ahora toda la institución le dio la espalda a un Régimen huérfano y débil. Un Régimen que se hundía invocando al mito del Cid (la historia siempre se repite, porque los hombres son en general muy desmemoriados, y a los que tienen memoria los fusilan rápido…). Y así podríamos continuar durante páginas y páginas. En 1833 pasó lo mismo. Los más avispados saltaron del barco a tiempo. Otros decidieron hundirse con él. En poco tiempo el mar se tragó los restos del naufragio y todo el mundo siguió con lo suyo. Paz, trabajo, y ya que nos la dan, un poco de libertad. ¿Hace falta más? Pues sí. Unas leyes. Un sistema político. Un objetivo para la nación (entrar en Europa, ese punto se solucionó pronto, España quería otra vez ser moderna, ser como sus vecinos, abrirse al mundo, y lo más rápido posible, para recuperar los muchos años de retraso). Por suerte las cosas fueron bien. Y que conste que no fue nada fácil. En un momento tan importante y delicado para el país, se tuvo la suerte de contar con un grupo de hombres inteligentes y valientes. ¿O fue algo más que suerte? ¿Acaso los políticos y las mentes pensantes de entonces eran de otra pasta, de una clase de pasta que por desgracia ya no abunda? (Ahí queda la pregunta, que cada cual se la responda en la intimidad).

Pese a todo faltó solucionar algunas cuestiones. Es normal. Siempre quedan cabos sueltos.

Entonces se pensó que lo importante ya estaba hecho (y lo estaba) y se pensó que las generaciones futuras se encargarían de los últimos remaches y retoques del edificio. Luego era solo cuestión de no descuidar el mantenimiento…

3. Apéndice documental

A. Muerte en la fábrica. Las condiciones laborales. El trabajo infantil y femenino

“He aquí la causa de esa enfermedad, que comenzando por una tos cada vez más fuerte y más difícil, llega a tener todas las apariencias de una tisis pulmonar, siendo llamada por los médicos de los distritos manufactureros tisis algodonera, o pneumonía algodonera, nombres significativos de una enfermedad cruel, cuyas víctimas van a morir en los hospitales en la flor de la edad; porque como esta operación no exige fuerzas musculares, se encarga a las mujeres y a los jóvenes de pocos años”.

J. Salarich, Higiene del tejedor (1858)

Hay que recordar que la primera legislación en España sobre el trabajo infantil y femenino data de 1900. En el primer artículo de la ley del 13 de marzo de 1900 se dice que “los menores de ambos sexos que no hayan cumplido los diez años no serán admitidos en ninguna clase de trabajo”. Pero poco después añade: “A los niños que acrediten saber leer y escribir se les admitirá en la fábrica un año antes de la edad marcada por la presente ley”. Es decir, que un niño de nueve años estaba legalmente capacitado para trabajar en una fábrica. Pero esta ley es un avance para la época (aunque llegue con retraso), porque por primera vez se pretende regular el trabajo infantil, así como el derecho de la mujer embarazada a un periodo de descanso después del parto (de seis semanas) y una baja por maternidad a partir del octavo mes de embarazo. Antes cada patrono decidía por su cuenta, teniendo en cuenta que el vacío legal era absoluto.

B. Los que velan por el bienestar de la nación: el pucherazo

“Hubo, en efecto, mesas constituidas a la una de la mañana, custodiadas por un grupo de matones para impedir acercarse a los enemigos y dar tiempo a la falsificación del acta. En otros lugares, como en Oza en 1886, se cambió a última hora el lugar destinado al colegio electoral. También se instalaron urnas en lugares estratégicos para disuadir al elector desafecto: bien en un hospital de epidémicos —como ocurrió en Madrid en la elección de 1886—; o bien en un tejado; o bien en una cuadra u otro lugar maloliente (…) En 1891, en una de las secciones de Murcia, el presidente ordenó que se votase por la ventana para así sustituir cómodamente las papeletas (…) En 1886 funcionarios madrileños votaron varias veces suplantando otros nombres”.

José Varela Ortega, Los partidos políticos. Partidos, elecciones y caciquismo en la restauración (1875-1900),2001

Sobran comentarios… Pero ya puestos a descubrir el truco, no puedo resistirme a mencionar dos casos que citaVicent Almirall, el lúcido político catalán. El primero se refiere a un pueblo gallego. Colocaron la mesa electoral en un pajar, al que solo se podía subir por una estrecha escalera, y el primero que subió recibió un buen mamporrazo al asomar la cabeza, después de lo cual los otros votantes se abstuvieron de ejercer su derecho. Y el otro caso le atañe directamente a él, pues en sus escritos refiere que había comprobado cómo su propio padre, que ya llevaba muchos años muerto, acudía fielmente a participar en todas las votaciones que se iban produciendo. Eso sí que es poder, amigos míos, hacer votar a los muertos…

C. Cinismo administrativo: cómo prohibir algo permitiéndolo

El Fuero de los Españoles, Ley Fundamental de 1945, decía:

Artículo 12.- Todo español podrá expresar libremente sus ideas mientras no atenten a los principios fundamentales del Estado.

Artículo 33.- El ejercicio de los derechos que se reconocen en este Fuero no podrá atentar a la unidad espiritual, nacional y social de España.

A esto hay que sumarle el artículo 2, en el que se afirma tajantemente que: “Los españoles deben servicio fiel a la Patria, lealtad al Jefe del Estado y obediencia a las leyes”. También, un poco más abajo, se dice que “Los españoles podrán reunirse y asociarse libremente para fines lícitos y de acuerdo con lo establecido por las leyes” (subrayo lo de “lícitos”, que es un matiz importante).

Es decir, que menos atentar contra la unidad nacional, espiritual y social, menos decir algo que vaya contra los principios fundamentales del Estado, menos ser infiel a la patria, ser desleal al Jefe del Estado y ser desobediente ante las leyes (aunque no las votado ni te hayan pedido tu opinión para nada) y, por supuesto, menos reunirte para fines “ilícitos”, puedes hacer y decir lo que te dé la gana. ¡Viva la libertad!

D. Elogio de la mediocridad

Cito textualmente a Paul Preston, en su libro El gran manipulador:

“El ambicioso Arrese era un lacayo servil, por lo que Franco lo apreciaba mucho. Cuando fue nombrado ministro secretario general de la FET de las JONS, los seguidores de José Antonio se quedaron con la impresión de que su mayor cualificación para el cargo había sido su mediocridad. Dionisio Ridruejo le dijo delante de un grupo de altos cargos falangistas: ‘No te hagas ilusiones, Franco te ha nombrado porque cree que eres el más dócil e insignificante de los falangistas que tiene a mano y le más fácil de manejar’”.

(Nota: no sabemos qué le contestó Arrese, pero podemos suponerlo. Pero lo cierto es que al tal “lacayo” la cosa no le fue mal: además de ministro secretario general del Movimiento , fue ministro de vivienda y procurador de las Cortes hasta 1977. Teniendo en cuenta que empezó su carrera política en 1941 podemos decir que no le fue nada mal.)

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