Usted ha sido muy crítico con el olvido histórico. ¿No cree que hubiera sido mejor no mirar al pasado?
No. Antes al contrario. La política del olvido ha sido un proyecto exitoso de reproducir y ha permitido promover la visión de España de los ganadores de la Guerra Civil. Le citaré un ejemplo. Me invitaron recientemente a dar una conferencia en Tortosa, la capital de la comarca del Baix Ebre. Y pude ver, una vez más, que la juventud sabía muy poco de lo que había ocurrido en aquella parte de Catalunya durante la II República y después. El Baix Ebre era —y continúa siendo— la Andalucía de Catalunya. Había una enorme concentración de la propiedad de las tierras, con las grandes familias terratenientes dominando la economía de la región. La República intentó cambiar esta situación a través de la Reforma Agraria, cambiándose las relaciones de propiedad. Ni que decir tiene que fue un proceso complejo, no libre de errores. Pero fue un intento serio de cambio en las relaciones de propiedad de la tierra.
"El golpe militar inició una represión brutal revirtiendo la propiedad a los terratenientes"
El golpe militar cambió todo esto, inició una represión brutal revirtiendo la propiedad a los terratenientes que, junto con la Iglesia y el Ejército, dirigieron tal represión, una de las más feroces que haya existido en España y en Europa. Hoy estos terratenientes y la Iglesia católica continúan ejerciendo un enorme poder. Como dijo un anciano militante socialista que estaba en el Salón de Actos donde dí la conferencia, "aquí mandan los de siempre". Pues bien, los estudiantes universitarios de aquellas tierras apenas sabían todo esto. Este olvido beneficia, sin lugar a dudas, a las fuerzas conservadoras.
¿Y cómo puede entenderse esta situación?
Por el miedo. No hay plena conciencia de la brutalidad que significó la dictadura en España. Según el experto en fascismo en Europa de la Columbia University, de Nueva York, en EEUU, el profesor Malekafis, por cada asesinato político que cometió Mussolini, Franco cometió diez mil. Aquella dictadura fue un baño de sangre. El objetivo de la dictadura era eliminar, incluso físicamente, a cualquier voz crítica a aquella dictadura. Los que perdieron la guerra fueron brutalmente represaliados. Y la población tenía miedo, y muy en particular los que perdieron la guerra.
Usted ha hecho referencia en sus libros a esta experiencia, incluso a nivel personal
Sí. Mis padres eran maestros jóvenes e ilusionados con las reformas educativas que se estaban realizando en Catalunya y en el resto de España durante la II República. Hay una película española que se llama La lengua de las mariposas, que es la vida de mis padres en aquel momento histórico. Presenta la enorme ilusión de maestros que amaban a sus estudiantes y el enorme potencial de libertad que suponía la República para ellos. Cuando se estableció la dictadura, les expulsaron del Magisterio, represaliándoles. Mis padres nunca nos hablaron de su vida y experiencias, ni tampoco de donde estaban nuestros familiares, tíos y tías, que se exiliaron en Francia. No hablarnos a nosotros, sus hijos, era la manera de protegernos. Menos sabíamos, más seguros estábamos. Fue más tarde cuando al ir creciendo se nos fue informando poco a poco. Pero la generación represaliada de mis padres se calló para protegernos a nosotros.
"La generación represaliada de mis padres se calló para protegernos"
Incluso el año pasado, una lectora me escribió de Gironella, una bella localidad en el Berguedà, al pie de los Pirineos, donde mis padres eran maestros antes de ser expulsados, preguntándome si yo era hijo de los maestros de su madre, a quien le haría mucha ilusión conocerme. Mi hermano y yo fuimos a saludar a la que fue discípula de mis padres, y nos contó mucho sobre lo que mis padres habían hecho durante la II República en aquella población, y lo mucho que se les quería. Y de ello, mis hermanos y yo no sabíamos nada. Otro ejemplo. No descubrimos hasta mucho más tarde que mis tíos y tías, como miles de españoles, incluyendo catalanes, habían sido detenidos y miembros del maquis antinazi en Francia, siendo uno de ellos apresado en un campo de concentración nazi. De nuevo, hasta al cabo de muchos años no supimos nada de ello. Esta es la historia de la generación que siguió a la de mis padres. Hemos estado descubriendo sus vidas paso a paso. Esta experiencia no la han tenido los herederos de los que ganaron la guerra. Y se les nota.
¿Qué quiere decir cuando dice "y se les nota"?
Porque cuando escriben sobre la experiencia de los vencidos, incluso los que intentan ser favorables y tener simpatía por los perdedores, lo hacen de una manera que, sin quererlo, es condescendiente.
¿Por ejemplo?
El libro de Javier Cercas —hijo de lo que en España se llama "los nacionales"— Soldados de Salamina narra el relato de un combatiente republicano, su vida, y el olvido que su existencia ha tenido en España. Aplaudí su intento. Es vergonzoso y traduce la baja calidad de la cultura democrática que tales combatientes no hayan sido reconocidos. Y es también vergonzoso que en uno de los contadísimos actos realizados, que tuvo lugar en las Cortes Españolas, el presidente de tal institución, el Sr. Bono, les prohibió ondear la bandera republicana. Aplaudo, pues, el intento de recuperar la historia. Pero en la manera como Cercas lo hace, hace un flaco favor a su intento. Presenta a la figura central de su libro, un luchador republicano, que luchó en España contra el fascismo y en Francia contra el nazismo, como hicieron miles y miles de españoles —incluyendo familiares míos—. Y le presenta como olvidado, terminando los días en una casa de ancianos, todavía lleno de vida, lo cual expresa Cercas en la frase en la que se refiere a cómo les toca el trasero a las monjas, bromeando con ellas. Ésta es su imagen de estar "lleno de vida". Francamente, no me imagino a ninguno de mis familiares tocándoles el trasero a las monjas.
Me parece una enorme frivolidad y una falta de respeto al luchador antiascista y también, por cierto, a las monjas. Pero lo que es más llamativo es que el punto central del libro se sitúa cuando tal luchador republicano tiene frente a su fusil al fascista Sánchez Mazas y, en lugar de dispararle, le perdona la vida. Y esto se presenta como el principio de la reconciliación en España. Muchos artículos han alabado tal descripción. Me alegró ver que el hijo de tal luchador, cuya historia se basaba en un personaje real, protestara de cómo se había presentado a su padre, diciendo que le pareció errónea la descripción del comportamiento de su padre, pues seguro que en la vida real le habría disparado, como habría hecho cualquier luchador republicano. Señalar este hecho inmediatamente genera la crítica de que los perdedores estamos pidiendo venganza o revancha. Y dejar de pedir justicia se ve como un acto de reconciliación digno de aplauso.
Usted ha sido también crítico con el libro Pa Negre y su película.
"La bandera española es la que enarbolaron los golpistas añadiéndole el símbolo fascista"
Quisiera hacer aquí una aclaración, diferenciando la parte teatral y artística de la película —que me pareció excelente, digna de más de un Oscar— y el contenido y sujeto de la misma, basado en un libro con cuya tesis estoy en desacuerdo. Refleja el punto de vista tan extendido de que en la Guerra Civil no había ni buenos ni malos, lo cual se promueve por los que antes consideraban a los vencedores como los buenos y ahora, en su reflexión y revisión histórica, llegan a admitir que también eran malos. Todo antes de llegar a la conclusión, históricamente válida, de que sí que había buenos —los que perdieron la guerra— y malos —los que la ganaron—. Esta obviedad es todavía hoy negada en España. El hecho de que los republicanos hicieran barbaridades —aunque en número mucho menor que los fascistas— no niega la bondad de su causa. Los aliados bombardearon Dresden, lo cual merece una condena. Pero ello no niega que la causa de los aliados —los vencedores de la II Guerra Mundial— era justa y la de los fascistas y nazis era injusta. Esta realidad todavía no ha calado en España, donde los malos ganaron y los buenos perdieron la guerra. Todavía hoy la bandera republicana continúa prohibida en España, mientras que la bandera española es la que enarbolaron los golpistas añadiéndole el símbolo fascista. El hecho de que éste haya desaparecido, no hace a la bandera llamada española más aceptable que la republicana, la bandera que significa las aspiraciones para la libertad, justicia y democracia en España.